Te Quiero.

Era un día precioso. El cielo sobre nuestras cabezas era un mar en calma; el campo resplandecía de un verde luminoso. Paseábamos por un sendero de tierra, ella me rodeaba la cintura con su brazo. Susurró:
Te quiero.
Yo la achuché un poco más contra mí. Después la miré a los ojos, que rebosaban ternura.
–Dicen los expertos que ni siquiera podemos conocernos a nosotros mismos ¿Cómo estás tan segura de que en verdad me quieres?
–¿Estás tonto, no? –y sus dientes rieron.
–Venga, en serio… ¿Por qué me quieres?
Se paró y me puso una mano en la mejilla, para acorralarme con su mirada azul.
–Porque lo que sé y veo en ti me sobra y me basta para quererte con toda mi alma. Presupongo que lo que jamás llegaré a conocer de ti será, al menos, la mitad de bueno que todo lo demás.
Y lo certificó besándome en los labios.
La tomé de la mano y seguimos caminando por el camino hacia mi casa.
Mucho presuponer ¿no creen?
Todas las anteriores respondieron de una forma similar a mi pregunta, pero esta última fue, tal vez, la más entrañable. Resulta evidente que todas se equivocaron.
En la frescura del sótano guardo sus ojos, cada par en una cajita de madera con sus respectivos nombres tallados sobre la tapa. A veces me pregunto qué verán ahora desde el otro lado.
Cuántas presunciones erróneas, cuántas ideas para transformar la realidad a nuestra conveniencia, para no verla tal y como es.

Por algo dic que el amor es ciego.